viernes, 30 de enero de 2015

Exploradores, viajeros y científicos

Los primeros exploradores vinieron por el mar. Luego llegaron los viajeros y científicos. Los guía el afán de conocimiento, la búsqueda de nuevas especies, la descripción de todo el mundo natural existente en la época. Y luego hay una serie de viajeros que por distintos motivos hicieron de la Patagonia su meca.

Los primeros exploradores
No se sabe bien quién descubrió la Patagonia. Algunos dicen que fue Américo Vespucio en su expedición de 1502. Pero lo que es seguro es que el descubridor de sus habitantes, los “patagones” que le dieron nombre, fue Magallanes en 1520.

Elcano, el único sobreviviente de esa expedición volvió a la Patagonia en 1525. Él y sus hombres, tocaron los puertos que hoy se llaman Deseado, Santa Cruz y Río Gallegos antes de dirigirse al Estrecho
de Magallanes.

Todos estos primeros hombres vinieron por el mar.

Al mismo tiempo, desde el norte y la cordillera, fueron llegando a la Patagonia otros viajeros-exploradores. Por la cordillera, Jerónimo de Alderete, un lugarteniente de Pedro de Valdivia, conquistador de Chile, cruzó la cordillera a mediados del siglo XVI penetrando en tierras de la actual provincia de Neuquén. Otros lugartenientes, Francisco y Pedro de Villagra, cruzaron por el paso Villarrica, en la misma región hacia el año 1553.


    Pero cuando los araucanos mataron a Pedro de Valdivia, todo se paralizó por más de 100 años. Recién después de 1620 vuelven a cruzar la cordillera otras expediciones.

    ¿Qué buscaban estos primeros exploradores empedernidos, viajeros casi a la fuerza?

    La mayoría buscaba enriquecerse. Algunos a costa de la cosecha de
    esclavos indígenas, otros encontrando el oro y la plata ocultos en alguna parte. Pero también estaban los que corrían tras un mito: la Ciudad de los Césares. Esto último fue el motor de la expedición de Mascardi, fundador de la misión de los poyas, en Nahuel Huapi, en 1670. También tras los Césares andaba Hernandarias cuando salió de Buenos Aires en 1605 y llegó hasta el Río Negro.
    El mito de los Césares

    “… la ciudad encantada de los Césares es la última leyenda que murió en América y la primera que hechizó las infinitas soledades del sud. Por espacio de trescientos años enloqueció a guerreros y frailes, arrastrándolos, como fascinados, de un extremo a otro de la Patagonia”. Así lo cuenta el historiador Enrique de Gandia. Muchos españoles dijeron haber estado allí, y también hubo indios testigos del milagro.

    Según de Gandia, el mito nace de un viaje hecho por el capitán Francisco César, en 1529, desde el fuerte Sancti Spiritus, en la actual provincia de Santa Fe, hasta Córdoba o San Luis. Partió hacia el oeste con pocos hombres y regresó en un mes y medio. Allí seguramente recogió noticias de los incas, y al volver relataron que “había tanta riqueza que era maravilla, de oro e plata e piedras preciosas e otras cosas…”
    Y después de los primeros, llegaron otros…

    Detrás del padre Mascardi otros viajeros llegaron a la zona de 
    Bariloche: fueron los jesuitas. Ellos introdujeron, alrededor de 1703, las primeras ovejas.

    Fue también un jesuita, el padre Falkner, el que publicó una obra en la que daba a conocer la Patagonia al mundo entero. A partir de ese momento, España sintió la codicia que podía despertar una extensión tan grande apenas habitada y comenzó la población y fortificación de la indefensa costa patagónica. Así nacieron San Julián, en Santa Cruz, San José en Chubut y Patagones-Viedma, en 1779.




    Un siglo después, en 1860, el francés Orélie Antoine I, se autoproclamó Emperador de Araucanía y Patagonia. Era un monarca aparentemente loco que se instaló en la parte occidental de la cordillera de los Andes, pretendiendo fundar un reino andino al sur de la actual Neuquén. Acuñó moneda y fundó una dinastía que aún continúa en Francia. Las autoridades chilenas lo apresaron y lo expulsaron. Aún hoy existen en Francia descendientes de este Rey de la Patagonia que ostentan títulos nobiliarios heredados de Orélie Antoine I.
    Viajeros y Científicos
    Los viajeros y científicos son una categoría distinta, especial, de exploradores. No persiguen ya, como sus antecesores, el enriquecimiento personal. Los guía el afán de conocimiento, la búsqueda de nuevas especies, la descripción de todo el mundo natural existente en la época.

    El francés D’Orbigny en primer lugar y Darwin, el famoso inglés, después, pertenecen a otra categoría de exploradores. Recorrieron la Patagonia en la primera mitad del siglo XIX.

    D’Orbigny relevó la zona del valle inferior del Río Negro, donde realizó importantísimas observaciones, en especial las de carácter etnológico.
    El naturalista inglés Charles Darwin, llegó a la Argentina en 1832, a bordo del famoso navío Beagle, que comandaba el capitán Fitz Roy. Era sólo el comienzo. En los dos años siguientes la nave científica inglesa realizó completas investigaciones que cubrieron todo el extremo sur del país.

    En este viaje de Darwin nació la frase “Tierra Maldita” con la que se dice que Darwin describió a la Patagonia. Y si bien es cierto que usó esa frase para describir una condición y una zona en particular (“La maldición de esterilidad pesa sobre este país, y el agua, que se desliza sobre un lecho de piedras, participa de la misma maldición” refiriéndose al Río Santa Cruz y la región que éste atraviesa), también es verdad que en otras muchas partes de sus anotaciones se refleja su admiración por el paisaje que observa.
    Un poco después, ya en la segunda mitad del siglo XIX, otros célebres exploradores y científicos seguirían los pasos de estos pioneros. Entre ellos hay dos que no pueden dejar de mencionarse: Musters, que no tenía formación científica pero que compensaba eso con sus dotes de observador agudo y su pasión. Y el célebre Francisco Pascasio Moreno, cuyos restos descansan hoy en un islote en medio del Lago Nahuel Huapi, rodeado por uno de los paisajes más bellos del globo.

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